Años 50, Droguería de Los Cuatro Cantillos

miércoles, 3 de abril de 2024


Droguería de Los Cuatro Cantillos, años 50.

"RECUERDOS Y VIVENCIAS JUVENILES DE UN NAZARENO EN LA DISTANCIA", por Francisco Domínguez

La mayoría de los nazarenos de cierta edad, sin duda que habrán conocido o escuchado hablar de una de las droguerías/perfumería más antigua e importante del pueblo, ésta era la de Los 4 Cantillos situada en la esquina de las calles Santa María Magdalena con la calle del Canónigo. En la década de los años 50 del pasado siglo desde luego que era una referencia obligada para los nazarenos que buscaban adquirir sus variados productos los cuales en su mayoría se despachaban a granel

La propiedad de dicho comercio era de Juan Cabezuelo, aunque de su gestión diaria por esos años se encargaba mi padre Juan Domínguez López que era el encargado ayudado por dos dependientes, uno de ellos llamado Felipe (el Pollito) y del otro lamento no recordar su nombre. Yo a finales de los 50 tenía sobre unos 10/12 años y recuerdo que cuando salía de tomar clases particulares en la academia que D. Francisco Baena tenía en un local situado junto a la herrería de Curro Pernia, me acercaba a la droguería a ayudar en lo que podía que dada mi corta edad era más bien poco.

A riesgo de resultar aburrido, os hago una relación de los productos que se despachaban a granel porque por aquellos años ni el plástico ni los envases reciclables o de un solo uso se veían aún en la vida de los nazarenos ni creo que tampoco existieran en nuestro país. Recuerdo que por las mañanas a poco de abrir el comercio o por las tardes a primera hora, el largo mostrador de mármol blanco lo llenábamos de hojas de periódicos unas al lado de otras para echar en ellas y envolver a continuación paquetitos de sosa, y azul añil, también se vendían a granel carburo en piedras, anilinas en polvo, azufre en varillas, cal en terrones y piedra lipe que entonces se utilizaba para disolver en agua y sanar las parras de las plagas, todo esto que recuerde en sólidos.

Respecto a líquidos a granel vendíamos petróleo para echar en los infernillos con los que en muchas casas se cocinaba, agua fuerte para limpiezas y desatascos, disolvente aguarrás, lejía para el lavado de ropa y todo ello nos venía en grandes garrafones de los cuales sacábamos lo necesario para despachar el pedido y ahora, me da por pensar lo que ha cambiado todo para mejor respecto al tema de seguridad e higiene en el trabajo ya que por entonces ni existía ni se la esperaba a la legislación que ahora es tan estricta para dar seguridad a los trabajadores, allá por los años 50 todo se hacía a la buena de Dios y sin pensar si los vapores que salían de esos garrafones cuando lo manipulábamos eran peligrosos o no, lo cierto y real es que afortunadamente a ninguno nos afectó en nuestra salud ni pasada ni futura.

También vendíamos aljofifas, ¡¡que palabra andaluza más bonita y sin uso hoy en día!!, ¿verdad? así como un papel higiénico bastante duro que se llamaba EL ELEFANTE, nada que ver con la suavidad de los mimosines que compramos hoy en día, además de todo lo anterior también se vendían pinturas variadas eso sí, enlatadas, y colonias a granel que nos servían en botes de 1 litro y que nosotros con un pequeño extractor de vacío sacábamos justo la cantidad que los clientes nos pedían, nos traían un pequeño bote de cristal y nos decían échame un duro de colonia Joya, de Tabú de Maderas de Oriente o de Varón Dandy para los caballeros.

Otro de los artículos que vendíamos sobre todo en Navidades y Reyes eran juguetes que exponíamos en un escaparate que daba a la calle Sta. María Magdalena y que una vez terminaban las fiestas retirábamos para dejar espacio libre para mostrar otros productos. Recuerdo que todas las tardes noches después de cerrar, me tocaba a mí la obligada y pesada tarea de limpiar y barrer todo el piso de la tienda con serrín mojado que había que restregar con un cepillo antes de barrer y que nos daban de la carpintería de Diógenes que estaba cerca de la droguería.

Unas “graciosas” anécdotas que me sucedieron durante mi trabajo en la droguería fue el hacer unos estropicios que por supuesto a mi padre no le hicieron ninguna gracia y así me lo hizo saber con un castigo apropiado. Cuando en la droguería no había algunos de los productos solicitados, mi padre me enviaba con un vale a un pequeño almacén que tenía Ricardo González Carod en la calle Real Utrera cercano a la iglesia y casi enfrente de las tapias del colegio La Almona, allí me daban el producto solicitado en el vale y yo regresaba a la tienda cruzando los jardines con un frasco de perfume Joya de 1 litro y al cual pensando que yo era un malabarista lanzaba de vez en cuando por los aires hasta que como dice el refrán “tanto va el cántaro a la fuente, que…” que se me cayó al suelo junto a la fuente grande y se hizo añicos, así que le tuve que decir a mi padre que se me había caído accidentalmente, cosa que conociendo el percal mi padre no se tragó pero bueno….

En otra ocasión de nuevo regresaba del citado almacén con una lata de pintura Titanlux de color amarillo canario de un kilo y como no había escarmentado con lo de la colonia, de nuevo la iba volteando en el aire hasta que al llegar a la altura de la Cruz de los Caídos, se me cayó al suelo con tan mala fortuna que aunque la lata no se rompió se abrió la tapa y todo su contenido quedó derramado por el suelo de baldosas junto a la cruz, ni que decir tiene que salí de estampida sin pararme ni a coger la lata, ¡¡otro punto de confianza que gané con mi padre!!...en fin me perdonaréis pero con 10 o 12 años tampoco se puede pretender que uno tenga mucho juicio, solo espero que ahora que he sacado a la luz ésta travesura, a nuestro ayuntamiento no se le ocurra pasarme un cargo por un servicio de limpieza que sin duda tuvo que ordenar realizar en aquella fecha.

Y nada más por ahora paisanos, espero no haberos aburrido con este extenso relato de mi niñez, y si me dais vuestra confianza quizás que siga con futuras anécdotas de mi vida en un pueblo que ha cambiado tanto desde entonces, que ahora que es una gran ciudad apenas si la reconozco cuando de vez en cuando vuelvo a visitarla. Un afectuoso saludo para todos.

Sobre esta historia añaden también

Juan A Dominguez: En la carpintería que estaba al lado de la droguería, justo en el soberao de la misma se guardaba la canina de madera que procesionaria en la semana Santa.

Francisco Domínguez: no me acuerdo, pero sí de haberla visto guardada en el cuarto que había subiendo para la torre de las campanas en Sta. María Magdalena.

Historias de Dos Hermanas:

Angel Almazán: yo llegue a jugar al fútbol con la cabeza, estaba en una casa vieja que había justo al lado del bar Amable, que pertenecía al que fuera Hermano Mayor del Santo Entierro y médico del pueblo D. José Caro y que se utilizaba de cuadra.

Fernando Rubio Ruiz: Me acuerdo perfectamente de la droguería, allí estaban Felipe y Pepe. Posteriormente, Felipe puso una droguería en la calle La Mina y hacía capirotes de nazareno.

Francisco Domínguez: Así es Fernando pero tanto Felipe como Pepe eran dependientes que estaban a cargo de mi padre Juan Domínguez López que era el encargado de la drogueria en ese periodo de tiempo del que hablo. Creo también que Felipe años después tuvo una drogueria en la Barriada del Rocío si me han informado bien. Un cordial saludo paisano