1916, Paseo Federico Caro,(actualmente plaza del Arenal), tras la reforma realizada por su hijastro Juan Antonio Carazo Gómez como Alcalde

miércoles, 14 de febrero de 2024


fotografía coloreada publicada en la Revista de Feria de 1929 y que muestra el aspecto que presentaba el paseo de Federico Caro tras las reformas de 1916. En el centro vemos el tablado o kiosco de la música, construido a iniciativa del alcalde Carazo. Dos de las cuatro palmeras que lo flanqueaban aún se conservan.

Hace ya más de un siglo se llevó a cabo una importante reforma en lo que entonces se conocía como el paseo de Federico Caro que merece, ciertamente nuestra atención. El arreglo de este paseo (verdadera puerta de entrada de nuestra entonces villa) fue, sin lugar a dudas, el proyecto estrella del primer mandato de Juan Antonio Carazo Gómez, decidido, como estaba, a ensalzar la figura de su padre Federico Caro Lázaro, tan maltrecha durante los años en que estuvo como alcalde el conservador Hidalgo Oliva (1914-1915).

En la sesión de 11 de febrero de 1916, el alcalde dio cuenta del estado de las obras de arreglo del paseo, volviendo a proponer la colocación de los bancos de cemento anunciadores. En este momento intervino el concejal José Gómez Martín para manifestar que «teniendo en cuenta que en otra ocasión se propuso invitar a los industriales por si alguno querían regalar un banco anunciador de su industria, debía hacerse antes, por resultar más económico para el Ayuntamiento». Pizarro, por su parte, se mostró conforme con la propuesta de Gómez Martín y, además, dijo que los árboles plantados en el paseo a excepción de las dos palmeras habían sido donados por Fernando González de Ybarra, por lo que solicitó constase en acta el agradecimiento y que se le comunicara. También propuso la instalación de un motor para que el riego no faltase «pues de no ser en esta forma todo lo que se haga es perdido».

El concejal conservador Muñoz Ramos, además de mostrar su satisfacción por las mejoras emprendidas en el paseo, ofreció un presupuesto de motor y obras de riego, que fue aceptado por el alcalde «con la salvedad de que el Ayuntamiento elegirá el que mejores condiciones se hagan entre los que se presenten». Asimismo, Carazo informó que el sistema de riego abarcaría no solo el paseo sino toda la rotonda.

En la siguiente sesión, celebrada el 18 de aquel mes, el alcalde dio a conocer que eran veinte los bancos anunciadores ofrecidos para el paseo de Federico Caro, más el que iba a costear el municipio. Gómez Martín expuso que, dado que se contaba con tantos bancos y árboles, estaría bien que se destinasen algunos de ellos a la plaza de Menéndez y Pelayo. Carazo le contestó que seguían sus gestiones para adquirir más bancos y que se tendría en cuenta dicha propuesta.

Para finales del mes de febrero el número de bancos anunciadores de cemento ascendía a veintiséis. En la sesión del día 25, el concejal Pizarro felicitó al alcalde por sus buenas gestiones realizadas.

Los bancos anunciadores fueron realizados por el contratista sevillano Tomás del Valle Aparicio, y entre los comerciantes nazarenos que costearon bancos se encontraban Manuel Asensio de Dios y Manuel Herrero Velázquez.

En la sesión de 3 de marzo de 1916 se dio cuenta de una solicitud presentada por Antonio Salguero Andrada, pidiendo se le concediese el sitio vacante en el paseo de Federico Caro para instalar en él un kiosco que «complete los cuatro señalados». Muñoz Ramos indicó la necesidad de que la estética del kiosco fuera igual a la de los restantes (esto es, neomudéjar), acordándose que el asunto pasara a la comisión de Obras Públicas.

A finales de abril, el alcalde dio cuenta de un presupuesto presentado por Carlos Soldat para la instalación de tuberías y bocas de riego en el paseo, que ascendía a 1.765,75 pesetas. Tras una breve discusión se acordó aprobarlo.

Una vez arreglados los jardines, se decidió poner en marcha el adoquinado del paseo. El 12 de mayo se leyó en cabildo el pliego de condiciones de la subasta para la adquisición de los adoquines necesarios para la obra. Tras su lectura, Pizarro no perdió la ocasión de dedicar unas palabras de defensa a la gestión del alcalde: «por este Ayuntamiento se estaban haciendo mejoras que antes no se habían hecho, lo cual veía con agrado; que sentía con toda su alma no pudiese salir adelante con su empresa el Señor Alcalde por querer hacer más de lo que se puede y que si al final resultase algún déficit, no podrá atribuirse á la mala administración, puesto que el deseo del Alcalde // es hacer la mayor cantidad de obras posibles que redunden en beneficio del pueblo, sino a la falta material de recursos y que debe gastarse hasta el último céntimo en mejoras».

Carazo agradeció las manifestaciones de afecto de Pizarro y añadió que «únicamente estará tranquilo cuando haya cumplido todo lo que ofreció en beneficio de la localidad».
Mientras proseguía el asunto del adoquinado, el alcalde puso interés en cambiar el viejo tablado de la música que existía en el paseo y que presentaba un pésimo estado de conservación. En la sesión del 19 de mayo, Carazo presentó un presupuesto para la construcción de un tablado de material, que «se compondrá de tapial de cuarenta y dos centímetros de ancho por un metro de altura y tres cincuenta cuadrados, enfoscados con cemento y arena y enlucido de la misma clase, trazado de piedra //un bocel figurando gotera y solería de cemento con lozas trazadas de catorce centímetros. Su valor es de ciento setenta y cinco pesetas. El relleno será del rebaje del adoquinado». El concejal Antonio Reyes propuso que en vez de 3,5 ms2 de área fuesen 4,5 ms2, para que resultara más espacioso, siendo así acordado. Pizarro, por su parte, opinaba que el tablado debía tener cuatro escaleras de acceso, a lo que Reyes contestó que con dos quedaría más bonito y sólido. Finalmente, se acordó que se realizaran dos escaleras de acceso, en cuya construcción se emplearía el hierro, y también se autorizó al alcalde para que diera la orden de ejecución del tablado en el centro del paseo. En definitiva, este sería el mítico tablado o kiosco de música que llegaría con ciertas reformas hasta la década de 1970 en que fue destruido para colocar en su lugar una fuente.

El 26 de junio de 1916 se celebró la subasta para la adquisición de los adoquines para el paseo, recayendo en el único postor, Emilio Panduro Cadaval, que hizo la propuesta de seis pesetas el metro cuadrado de adoquines.

Por ahora ponemos fin a este artículo. En el siguiente continuaremos con la crónica de la reforma del paseo de Federico Caro.
En la imagen, una fotografía coloreada publicada en la
Revista de Feria de 1929 y que muestra el aspecto que presentaba el paseo de Federico Caro tras las reformas de 1916. En el centro vemos el tablado o kiosco de la música, construido a iniciativa del alcalde Carazo. Dos de las cuatro palmeras que lo flanqueaban aún se conservan.

Las obras de adoquinado del paseo debieron comenzar a finales del mes de julio, una vez pasaron las fiestas patronales. En la sesión de 7 de ese mes se dio cuenta de una carta remitida por el director de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces en el que se decía que no podían ejecutar las obras de adoquinado del patio de viajeros (parte delantera de la estación) porque no se disponía ninguna partida para ello en el presupuesto de la compañía en esos momentos. El cabildo acordó no adoquinar esa parte, tan solo se regaría y adecentaría con vistas a las fiestas, y nada más.
Asimismo, para agosto de 1916 se había concluido la construcción del tablado de la música. Así, el 25 de ese mes se acuerda pagar 455 pesetas al herrero Juan Gómez Peraza por la baranda de hierro, tornillos, columnas y demás del tablado de la música del paseo de Federico Caro. Y en esas fechas ya estaba listo el paseo de Federico Caro para ser disfrutado por los nazarenos.

Una vez concluidas las obras de arreglo, se nombró un guarda del paseo para que velase por la conservación del mismo. El primero fue Miguel García Núñez, pero fue sustituido el 5 de enero de 1917, dada su avanzada edad, por Enrique Jurado Barbero, del que se cuentan infinidad de anécdotas. Apodado Enrique Choleja, Manuel Fernández Vargas en un artículo de la Revista de Feria de 1982 decía lo siguiente de este personaje nazareno: «Era nuestro querido amigo Enrique, un pobre hombre con una casa de familia a la que mantener, por eso él buscaba todo lo habido y por haber por llevar algo que comer a casa. Hacía cuatro recados a los amigos y éstos le recompensaban, también tenía un carrito de mano, el cual utilizaba para llevar el equipaje a los viajeros que llegaban a la estación.[…] Su Dios era Don Juan Antonio Carazo. Enrique lo esperaba todas las mañanas en la estación para sacarle el billete. La estación no era más que una casilla de peón caminero, es lo que teníamos, y también había una cantina, aunque pequeña, con un cantinero muy gracioso y simpático llamado Rafael. A Enrique, Don Juan Antonio le daba una propina y le ponía la mano en el hombro, y entonces Enrique era el hombre más feliz del mundo. Pasa el tiempo y entra de Alcalde Don Juan Antonio Carazo y dicho señor, ni corto ni perezoso, nombra a Enrique guarda del paseo de Federico Caro. Aquí me tienen ustedes a Enrique, que no se cambia por el mismísimo Ministro de la Guerra, con su traje gris de chaquetilla de solapa verde, sus calzonas, los botos, el sombrero con la gasa verde, la bandolera de cuero con el distintivo de chapa dorada. Estaba que no se le podía hablar, cuando veía venir a Don Juan Antonio, corría y le reñía a todos los chiquillos para que se quitaran de en medio, no fueran a molestarlo. Pero la verdadera anécdota llega cuando Enrique tiene que regar el jardín, para lo cual el Ayuntamiento compra una gran manguera. Había que inaugurarla, y se fija la fecha, pero Don Juan Antonio, el cual sabíamos todos que le gustaba un ratito de buen humor, se presenta por la tarde en el Arenal con algunos de sus Concejales y el Alguacil, al cual le decían el Gordo de la Maola [José Román García], que era todo un personaje popular […] Pero pasemos a la verdadera anécdota. Llega Enrique con su manga, hecho un general, empieza a enchufar la manga con mucha parsimonia ante la expectación de todos, y manda que le den al motor del agua, el cual estaba donde está hoy la fuente en el jardín de la Pimienta. Venía el agua con mucha presión y muy fuerte y como es natural la manga vibraba mucho, y empieza Enrique a gritar: “¡aquí va a pasar algo, va a pasar una cosa mala!” Muy asustado, no sabía lo que iba a hacer y mirando a todos lados, de momento viene una gran cantidad de agua, muy fuerte y con mucha vibración, lo cual hace que la manga se arranque de las manos; tira Enrique la manga y el sombrero al suelo y sale corriendo llamando a Don Juan Antonio, diciendo: “¡que me matan, qué me matan!¡esto es una cosa mala!” En la carrera llega a la cantina y no había quien pudiese sacarle de allí, hasta que llega el Alguacil mandado por el Señor Alcalde. Enrique sale llorando diciendo que se iba a su casa y que no quería ser más guarda de el Arenal. Ya podéis calcularos lo que se formó en el Arenal, con toda la gente riéndose del pobre de Enrique; hasta el mismo Don Juan Antonio no podría disimular la risa».

En definitiva, la reforma del paseo supuso un avance importante en la modernización y mejora de una zona de la localidad que era considera como su tarjeta de visita, al encontrarse en ella la estación de trenes.


Fotografía del banco de cemento que costeó el municipio, y en el que se dejó constancia de las obras de reforma del paseo.


fotografía que se tomó tras la inauguración del paseo tras las reformas de 1916. Entre los bancos vemos al contratista y maestros de obras que intervinieron en las obras.

Fuente: Artículo en la página de facebook "Dos Hermanas, Crónica de un pueblo" de Jesús Barbero Rodríguez, en sendas publicaciones el 19 y 21 de abril de 2021

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